Hoy en día poco sorprende ver a un pequeño de nivel preescolar manejando con habilidad un teléfono celular, una computadora, un sistema de televisión por cable, entre otras aplicaciones tecnológicas. Son niños, como dirían varias personas de la edad de mi madre, que al nacer en lugar de llorar dicen: “me voy a conectar”. Y qué decir de los niños mayores y los adolescentes, son poco más que unos verdaderos maestros en el uso de las nuevas tecnologías. ¿Cuántas veces no hemos acudido a ellos para que nos apoyen en este terreno?, más de las que nos gustaría admitir.
No obstante este panorama, en el ámbito educativo no hemos logrado dar el megacambio señalado por el pionero de la inteligencia artificial Seymour Papert. En nuestro país, tanto en el ámbito privado, como en el público se ha trabajado en la dotación de computadoras a las escuelas y en el desarrollo de estrategias innovadoras, pero esto no ha sido suficiente, la escuela sigue pareciendo lenta y aburrida a muchos niños y jóvenes.
Dos causales de este divorcio
Ya Papert (1995) señalaba algunas de las razones por las que niños y adolescentes pueden pasar horas y horas jugando en línea o navegando en Internet, entre ellas, porque estas aplicaciones tecnológicas constituyen una forma de aprendizaje rápida, provechosa y muy atractiva. Finalmente, las posibilidades pedagógicas del juego también se han modernizado.
Pero esta situación, desafortunadamente, no se ha permeado del todo en las aulas. El uso de las tecnologías se restringe a espacios, momentos y temas; la participación de los estudiantes se limita a realizar ejercicios programados y navegar en Internet está prohibido.
Existen escuelas donde las clases se desarrollan a partir de un software interactivo, donde la participación del estudiante reside en manejar el control que abre y cierra las ventanas; se usa la computadora, el cañón proyector y las bocinas, pero exclusivamente para la realización de las actividades del programa de estudio, quedando prohibido el uso de celulares y aparatos reproductores de música. Se cumple con la oferta tecnológica, pero se no se atienden las características y necesidades del alumnado.
A este respecto, conviene tener presente el planteamiento que realiza la Dra. Frida Díaz Barriga[1] (2009), al señalar como área de oportunidad en la relación educación – nuevas tecnologías, el desarrollo de espacios virtuales de interacción académica y social, como aquellos en los que los niños y los jóvenes participan de manera regular (chats, redes sociales, juegos en línea, videoconferencias, blogs, etc.).
Se trata de posibilitar situaciones que al niño y al joven le resulten familiares respecto al uso cotidiano que él hace de las nuevas tecnologías, de ofrecerle pautas para que sea él mismo quien genere sus propios procesos de búsqueda de información, de trabajo colaborativo, utilizando las tecnologías en su escuela y fuera de ellas como valiosas herramientas. Quizá esto pueda contribuir a dejar atrás esa imagen de lejanía y aburrimiento que se tiene respecto a la escuela.
Una anécdota al respecto me hace pensar que esto es posible. El año pasado tuve la oportunidad de participar como facilitadora de un taller de radio, nuevas tecnologías y educación dirigido a coordinadores académicos. La primera parte de ese taller constaba una presentación donde se señalaban las posibilidades pedagógicas del medio. A pesar de incluir fragmentos de programas amenos, uno participantes mostraban cierto escepticismo, otros veían el tema como algo muy alejado de su labor. Pero llegó la parte práctica de la sesión, dónde les solicité conformar equipos de dos personas, una sería un corresponsal comunitario y otra sería un objeto de una comunidad. Tenían que grabar la entrevista en un teléfono celular, sin decir el nombre del objeto, de manera tal que al escucharla, los demás identificaran al objeto entrevistado. A partir de ese momento, toda la formalidad académica se guardó en un cajón, salieron a flote las risas y las ocurrencias, el momento de la escucha se realizó con profunda atención y maravilla ante la creatividad de las preguntas y las respuestas. El propósito se había cumplido: acercar a los participantes a las posibilidades de las nuevas tecnologías dentro del aula. No se requirió de un gran despliegue tecnológico, pero sí de su familiaridad con el uso de la tecnología a utilizar, de un trabajo colaborativo y de una entusiasta participación.
Todos aprendemos de todos
El que las nuevas tecnologías contribuyan a ese megacambio en la forma en que ayudamos a los niños y jóvenes a aprender conlleva un cambio en el rol del profesorado, quien en este contexto se vuelve un acompañante del proceso y también aprende de los estudiantes, proporciona una realimentación al estudiante, así como la oportunidad de tomar decisiones y elegir alternativas en un ambiente estimulante que le proponga desafíos constantes, pero abordables. Profesores que tengan siempre presente lo ya expuesto por Freire en el sentido de que nadie enseña a nadie, ya que todos aprendemos de todos.
En síntesis, la clave está en reconocer el papel activo de los estudiantes en su relación con las tecnologías, en trabajar una buena dosis de comunicación constante con los estudiantes, de atender sus necesidades de aprendizaje, de utilizarlas como una valiosa herramienta en la investigación, reflexión y generación de nuevos conocimientos.
Referencias
Papert, S. (1995). La máquina de los niños. Replantearse la educación en la era de los ordenadores. Barcelona: Paidós.
Díaz, F. (2009). Educación y nuevas tecnologías de la información y la comunicación. ¿Hacia un paradigma educativo innovador? http://portal.iteso.mx/portal/page/portal/Sinectica/Revista/fridadb
[1] Doctora en Pedagogía, profesora titular de tiempo completo de la Facultad de Psicología de la UNAM. Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Especialista en modelos curriculares e instruccionales, en evaluación docente y constructivismo